miércoles, 29 de agosto de 2007

Desde el invierno

Detrás del hielo, hay otras cosas. Tan simples y tan claras como el agua. Hay lugares que abrigan, donde se refugia la vida. Hay manos que acompañan el golpe para amortiguarlo. Y derraman caricias sin pensarlo. Hay detalles, sabores que se escapan de esa vieja cocina. Hay infancias que fueron de manera tan nuestra. Hay deseos gigantes. Hay palabras-llaves. Y hay cielo sin mentiras.

domingo, 26 de agosto de 2007

lunes, 20 de agosto de 2007

El rostro que estalla

Es un terremoto que hace polvo lo que soy y me libra a mi suerte, dejándome en mis manos por completo para que me reconstruya según mis propios sueños y mi humilde trabajo. Sin compasión, sin anestesia, ni bellas palabras. Es el golpe que despierta sin causar mayores males. El incendio que destruye toda obra, todo recuerdo y todo sentido. Me deja en la calle para que inicie nuevas obras. Me borra los caminos para que haga el mío. Me pone de frente a la hoja en blanco de toda una vida nueva por estrenar. Me desnuda para que pueda volver a elegir qué ponerme. Me deja sin palabras para que yo las descubra. Me enfrenta con mis posibilidades para que yo misma las explore y las amplíe. Me trae de nuevo a mí misma cuando estoy perdida. Y celebra que haya vuelto a casa después de tanta lucha. Es lo más real que he conocido. Lo más profundo y cierto. Lo más eterno. Puro impulso espontáneo y sin sentido. No responde a la lógica. No es premeditado. No puede acreditarse, ni suspenderse. Se desborda, se desliza, se cultiva y se comparte con la mirada cómplice de los juegos a escondidas. No se pide ni se quita. No se piensa en ningún momento. Se vive y se recuerda cuando falta un par de ojos abiertos de cara a la noche por venir. Quedamos sin palabras que puedan explicarlo. Pero el cuerpo lo habla en silencio absoluto. Traspasa la piel para abrir, una por una, todas las cárceles al alma. Alivia y salva.

domingo, 12 de agosto de 2007

viernes, 3 de agosto de 2007

Preocupan los muros

Sin ruido

Lentamente, el puñal cae sin temblar y se hunde en las carnes blandas. El tiempo se detiene en el destello del acero que arremete como una ráfaga de fuego al torpe cuerpo. Para cuando el golpe ha causado el máximo desgarro, los párpados han comprendido que ya estaban ciegos, muertos desde hace años esperando. No hay dolor. No hay resistencia. Solo un aceptar el escurrimiento tibio del sudor y la sangre que abriga el penúltimo momento. Así, de pronto el aliento se escapa. La mente se detiene. El pulso calla. El cuerpo se olvida y la vida se deja perder, de agotamiento y tedio. Con esa calma estoy. Agotada. Exhausta. Vacía. Sola. Esperando el porvenir después de la devastación. De las ruinas. Del campo arrasado y estéril. Después de la nada misma de donde vengo. Después de la destrucción total de éste mundo mío que cayó como un castillo de arena. Soy la única sobreviviente de un pasado y mil historias que no logro contar sin recordar el tiempo muerto. Detenido para siempre en el destello de aquel acero que dibujan mis ojos cerrados, clausurados, al sol del nuevo día.